martes, octubre 11, 2005



Viaje a Bahia Inglesa, encontré a los palomos.."

Las Historias de un consultorio muy particular

Nuestros hijos tienen muchos problemas, tenemos de todo un poco, problemas de violencia, drogadicción, maltrato infantil, abusos sexuales, hiperactividad, déficit de desarrollo psicomotor, madres negligentes, entre otros, y al parecer nuestro primer autista.

Tratamos de resolver estos problemas pero a veces se nos escapa de las manos. En algún lugar nos estrellamos con la ineptitud, con la pereza, la falta de ganas, la ignorancia, la pobreza de espíritu, en fin. Es así que encontramos personas con vocación equivocada, con falta de criterio, personas que no tienen un ápice de ética… y yo me pregunto: “¿Quién los frena?, ¿tengo que soportar necesariamente la insensibilidad humana? ¿Este es el costo de tratar de hacer las cosas lo mejor posible? ¿Cómo llegaron donde están? ¿Qué los hace tan especiales?

En resumen todo este acumulo de necedades me desmotiva, pero una amiga siempre me reconforta y me cuenta la fábula del pez (no la recordaba frase por frase pero la encontré en Internet) que dice:

“Había una vez un sabio que solía ir a la playa a escribir. Tenía la costumbre de caminar por la playa antes de comenzar su trabajo.
Un día, mientras caminaba junto al mar, observó una figura humana que se movía como un bailarín. Se sonrió al pensar en alguien bailando para saludar el día. Apresuró el paso, se acercó y vio que se trataba de un joven y que el joven no bailaba sino que se agachaba para recoger algo y suavemente lanzarlo al mar. A medida que se acercaba saludó:
- Buen día, ¿Qué está haciendo?
- El joven hizo una pausa, se dio vuelta y respondió:
- Arrojo peces al océano. -
- Supongo que debería preguntar ¿Por qué arrojas peces al océano? -, dijo el sabio.
El joven respondió:
- Anoche la tormenta dejó miles de peces en la playa, hoy hay sol fuerte y la marea está bajando, si no los arrojo al mar, morirán.
- Pero joven, replicó el sabio, no se da cuenta que hay cientos de kilómetros de playa y miles de peces, ¿Realmente piensa que su esfuerzo tiene sentido?
- El joven escuchó respetuosamente, luego se agachó, recogió otro pez, lo arrojó al agua y luego le dijo:
- Para aquel, sí tuvo sentido.
La respuesta sorprendió al hombre. Se sintió molesto, no supo que contestar y regresó a su cabaña a escribir. Durante todo el día, mientras escribía, la imagen de aquel joven lo perseguía. Intentó ignorarlo pero no pudo. Finalmente al caer la tarde se dio cuenta que a él, el científico, a él, el sabio, se le había escapado la naturaleza esencial de la acción de aquel joven. Él había elegido no ser un mero observador en el Universo y dejar que pasara ante sus ojos. Había decidido participar activamente y dejar su huella en él. Se sintió avergonzado y esa noche se fue a dormir preocupado.
A la mañana siguiente se levantó sabiendo que debía hacer algo. Se vistió, fue a la playa, encontró al joven y pasó el resto de la mañana arrojando peces al océano.
...Nada puedo hacer para solucionar las penas del mundo, pero mucho puedo hacer para colaborar en el pedacito de mundo que me toca. y solo cuando se unen los muchos, se crea lo invencible: “el poder de uno”
Esto realmente me permite levantarme todas las mañanas y llegar a mi lugar de trabajo. Comenzar mí día a día de lunes a viernes, y luchar aunque sea por un pez y esperar a que un milagro lo multiplique.

Gracias amiga.











12 de octubre de 2005.